EL TIRA PIEDRAS
Dicen
que por los caminos viejos no se debe andar después del atardecer, afirmó
Pascual lanzando su mirada entre nosotros. — Por qué? Preguntamos en coro. — Porque los espíritus
salen a recorrerlos, a recordar sus tiempos y a llorar sus penas y es malo
encontrarse con ellos porque se les interrumpe. Hoy les tengo una historia que
les va a gustar. Se trata de las acciones de El Tira piedra que se instaló por
estos lares y deambula por las montañas de la región asustando a los caminantes
nocturnos.
—
Y de dónde salió El Tirapiedras?
—
Salió de la muerte de un estudiante de la Nacional cuyo nombre completo nadie
supo jamás. Le decían "el muerto" porque era flaco, pálido y casi
nunca hablaba. Era de Villavicencio y se las tiraba de llanero. Jamás se le vio
cantar una copla, ni bailar un joropo. El tino que tenía ese hombre era mortal;
sus manos disparaban piedras de gran tamaño con precisión y fuerza increíbles y
a distancias bastante apreciables. Se la pasaba participando en cuanta
manifestación se presentara, porque era un ser rebelde a quien le atormentaban
las continuas injusticias que soportaba la gente. Pero estaba anarquizado,
actuaba sin ley ni principios.
Así
logró matar a centenares de policías y millones de animales cuando le venía en
gana. Una vez le colocó un pedradón en la cabeza a un presidente y si no es por
la dureza del sombrero de copa que llevaba, lo mata. Siempre ejecutaba sus
hazañas a distancias incalculables para los guardias de seguridad y por eso
jamás lo cogieron. Otra vez le dio por limpiar la ciudad de maricas, putas y
hampones y todos los días morían de un pedradón que venía de no sé dónde, tres
o cuatro de ellos. Nadie jamás llegó siquiera a pensar que sus flacos brazos y
sus enjutas espaldas pudieran maltratar a una mosca, menos a la gente, pues
además detestaba las armas.
Se
reía en las pedreas universitarias pero era el causante de tragedias mayores
porque cuando se decidía a tomar partido, elegía el tamaño de las piedras que
fueran bien filosas y luego escogía sus víctimas ojalá oficiales para que fuera
mayor el efecto y zás, le clavaba en medio de la frente el totazo letal.
Pero
el paso inexorable del tiempo le jugó una mala pasada que lo llevó a él y a
varias víctimas inocentes a la tumba. Empezó por acercarse demasiado porque
veía borroso de lejos. Después empezó a fallar y sus pedradones se perdían en
el vacío o solamente lesionaban a las víctimas con escalabraduras.
La
ocasión de su falla definitiva se veía venir. Así que resolvió matar a uno de
los jefes del tenebroso Servicio de Inteligencia Colombiana SIC, que en épocas
de la violencia (1948-1960), sembró el terror en los campos y ciudades de
Colombia. Este exjefe posaba de prominente hombre público y eminente
profesional pero era el culpable del corte de franela, las cámaras de tortura y
demás importaciones del tétrico laboratorio del General Franco en época del
falangismo español.
Así,
preparó el ataque minuciosamente y como era su último golpe entrenó por primera
vez en su vida. Seleccionó los guijarros y decidió la fecha y la hora del
atentado. Cuando lanzó su piedra contra el sádico asesino, se resbaló y el
pedradón golpeó pesadamente en la cabeza de un niño reventándola al instante.
Pero no se pudo contener por su fracaso y volvió a lanzar otro guijarro
pegándole en la espalda al asesino y rebotando en la cara de una mujer. Se
enloqueció y la emprendió contra todos, hasta que la multitud reaccionó
respondiendo de igual manera.
Antes
de morir reventado a piedra, logró matar a siete niños, ocho mujeres, tres
varones y causar heridas a catorce personas más. Su condena consiste en
deambular por los caminos antiguos y tirar piedras que no le pegan a quien se
mueva, porque perdió el tino. — Voy a contarles lo que nos pasó al mono Rosendo
y a mí un día que se nos hizo tarde. — Nos habíamos quedado un rato donde Doña
Rosario, —alma bendita— tomándonos unas polas, luego de la dura jornada. Veníamos
por el camino antiguo a eso de las 9 de la noche. Pasamos tranquilos "Caño
Blanco" y subíamos por entre ese pedregal. Al frente de donde hoy es la
finca de Don Manuel Rodríguez, oímos el primer pedradón como a cinco metros;
volvimos a mirar pensando que era un animal, pero no vimos nada.
A
los tres minutos sentimos otro pedradón ahora más cerca y tampoco miramos nada.
Solo escuchamos que rodaba algo. Y enseguida un pedradón un metro adelante,
otro a cincuenta centímetros atrás, cada vez más grande. Entonces con las
linternas alumbramos a los árboles sin encontrar nada arriba, abajo o al lado.
Yo le dije a Rosendo que no nos paráramos y que no chistáramos nada porque era
el duende Tira piedra y que lo único que nos salvaba era ignorarlo, no sentir
miedo y menos quedarse quieto. En Quetame me habían contado que si nos deteníamos,
las piedras se volvían de verdad y nos mataban como le pasó a Don Camilo
Sastoque en una Vereda de El Calvario, que un día lo encontraron en el camino
viejo, sin un hueso sano, moribundo, en medio de un montón de piedras. Era un
hombre de los que no tienen miedo, pero de lo puro berraco, se atrevió a
desafiar al duende.
—
Yo sostuve el paso hasta que sentí que Rosendo se había quedado y no podía
caminar. Y las pedradas cada vez más cerca casi me daban en los pies. Como ya
íbamos a llegar a un claro y había buena luna, también sabía que el Tira piedra
necesita los árboles para joder a los humanos. Entonces yo traté de echarme al
hombro a Rosendo, pero el hediondo se le había colgado del hacha que aquel
sostenía con sus engarrotadas manos. Y no valió fuerza ni maña; no pude
alzarlo. Entonces lo enlacé y así lo hice andar antes de que le cascaran el
segundo pedradón pues ya lo había escalabrado. Ya en el claro Rosendo se calmó
poco a poco, pero me tocó esperarlo un buen rato a que se limpiara la mierda
que le embardunaba todo el cuerpo, porque del puro miedo se había cagado.
Además
la herida que llevaba en la cabeza le sangraba bastante y le dolía. — Déjeme
seguir adelante compadre, me dijo con voz de moribundo. — Está bien le
respondí. Y todavía nos faltaba pasar por otros bosques. Yo le dije a Rosendo
que pasara lo que pasara que siempre continuara andando porque ese era el único
remedio. Y más adelante otra vez la mano de piedra, acá cerquita. Las oíamos
silbar encima de nuestras cabezas para totiarse a diez centímetros de nosotros
y en toda dirección. Siga compadrito siga, le gritaba a mi compañero. Yo sentía
que ya casi me agarraban pero sabía que tampoco es bueno volver la jeta. Así
que empecé a quedarme, a encalambrárseme todo. Pensé en el pedradón que ya me
llegaba y en que ese era mi fin. Pero hice el esfuerzo más grande de mi vida y
continué andando, lentamente pero andando.
La
situación continuaba a mi lado pero así llegue al claro dónde está mi casa. Me
había salvado. Al llegar le dije a mi mujer que se levantara y nos hiciera café
bien cerrero y caliente porque nos habían asustado. Rosendo se repuso como a la
media hora y me dijo: compadre todavía siento el olor a mierda de borracho,
pero yo ya me lavé. Será parte del susto? No compadrito le respondí, lo que
pasa es que yo también estoy cagado.
AUTOR:
ANÁLISIS |
VALOR Es un
hombre quien tenía el vicio de matar a la gente a pedradas, pero el destino
le jugó una mala pasada y murió. Quedando así como el tira piedras. |
MENSAJE Las
apariencias engañan, no debemos dejarnos llevar por lo que vemos. |
CULTURA Y REGION Está
leyenda pertenece a la cultura Manteño
Huancavilca y a la región Costa. |
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